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Entrevista a Oswaldo Zavala: “Un narcotraficante prefiere escuchar esta noche a Taylor Swift” por Clyo Mendoza


     Cleo Mendoza: ¿Qué crees que motiva a la gente más joven a aceptar la ideología y estética del narco?
     Oswaldo Zavala: El mito del narco, como nos enseñó el sociólogo Luis Astorga, es de origen oficial. Se estructura a partir de una narrativa clasista y racista sobre la sociedad mexicana contemporánea más precarizada. En 1970 y hasta mediados de los 80, entre la guerra contra las drogas de Richard Nixon y la campaña Just Say No de Ronald Reagan, el traficante mexicano se imaginaba como un personaje que vivía por fuera de la normalidad. Como si simplemente se rehusara a trabajar con honestidad, el traficante originario de comunidades rurales aparecía en los corridos y las películas de bajo presupuesto de esos años como un patético delincuente. No era un modelo para nadie, sino un ejemplo de la derrota para todo aquel en busca de "dinero fácil". En 1986, el presidente Reagan alteró los términos de ese imaginario cuando designó al narcotráfico como una nueva amenaza a la “seguridad nacional” de Estados Unidos. En la siguiente década el narco comenzó gradualmente a ocupar un lugar central en México. De ser el traficante fracasado del corrido Contrabando y Traición, pasó a ser visto como el Jefe de jefes. Desde entonces, una insondable producción constante de música, televisión, cine, ficción literaria y hasta arte conceptual, refrendan en conjunto el mito del narco empoderado, capaz de rebasar a las autoridades locales, a la policía, al ejército y al Estado mismo. ¿Cómo no querría un muchacho pobre, discriminado y sin horizonte de futuro, aspirar a algún tipo de vida que remotamente se pareciera a la del narco de una serie de Netflix?
     CM: Hace meses Peso Pluma pasó de ser un desconocido a subir de manera desmesurada en el ranking de los artistas más escuchados a nivel global. ¿Cómo ves la repercusión de esa estética mitológica del narco en las nuevas modas y el impacto que ha tenido en las nuevas generaciones, por ejemplo y más recientemente, a partir del auge del corrido tumbado?
     OZ: Ocurre con ciertas expresiones del corrido tumbado lo que ocurrió hace décadas con el llamado narcocorrido de los 70 y 80: inscribe en la simpleza de sus letras la narrativa hegemónica sobre el narco. Desde luego que el género es mucho más amplio e interesante que sus contenidos sobre la vida de los jóvenes traficantes y de ningún modo mi propósito aquí es reducirlo a mi perspectiva crítica. Me enfoco más bien en las letras de canciones como PRC (que alude al contrabando de polvo, ruedas y cristal), Igualito 

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a mi apá (que es narrada por el hijo de un traficante que porta una heredada pistola "Super con cacha doradas” y que viste ropa de diseñador) o AMG (que refiere a una lujosa camioneta Mercedes Benz en la que se desplaza el narrador de la canción). Estas canciones registran los supuestos privilegios y la vida de excesos violentos de los jóvenes traficantes. Más que una estética, estas canciones abrevan una ideología. Su función no es hacer una apología del “crimen organizado”, sino confirmar afectivamente su relevancia como objeto de consumo que termina legitimando la narrativa de que los traficantes son verdaderamente una amenaza. Es lo que yo llamaría una “narrativa securitaria” que construye sujetos securitizados (que perciben con fascinación y temor el mundo del traficante) y sujetos securitarios (funcionarios que censuran los corridos, policías y militares que confunden a un cantante o a un pandillero con un narco). Al refrendar la idea culturalmente internalizada del narco, se afianza al mismo tiempo la necesidad de continuar la militarización antidrogas. En ese sentido es importante pensar críticamente en el contenido de las letras más celebradas.Más allá de cómo se consumen las demás dimensiones de su música (como indicador de la diferencia cultural latina en Estados Unidos, por ejemplo), las letras de esas canciones coinciden con las de otros cantantes que proyectan esa misma narrativa securitaria. Pienso aquí en cantantes como El Komander, Gerardo Ortiz, o Arsenal Efectivo, que parafraseando a este último, conforman un muy efectivo arsenal afectivo de la razón securitaria que nos mantiene en una “guerra contra el narco”.
     CM: En tu libro Los cárteles no existen: Narcotráfico y cultura en México (2018) señalas que el arte, la música, la literatura, el periodismo y demás artefactos culturales que aluden al narco se han vuelto, en su mayoría, la repetición de una mentira oficializada, ¿crees que hay alguna riqueza en la fabricación de estas narrativas? ¿Crees que nutre de alguna manera esta visión nacionalista que el Estado siempre ha intentado imponer con el afán de homogeneizar la cultura?
     OZ: El imaginario cultural del narco no es esencialmente producto de los agentes culturales sino de una forma de representación dominante que fue articulada mucho antes de que se componga una canción, se escriba el guión de una película, se estructure la trama de una novela o se elabore una crónica periodística. En general se comunica fundamentalmente lo mismo: el traficante es poderoso, desalmado, sensual, amante vigoroso y sentido hombre de familia. Esta contradictoria tipología, producto del racismo y la xenofobia estadounidense, se adapta también a los intereses político-empresariales en México. Esto no demerita necesariamente el nivel artístico o periodístico, pero creo que resultaría poco productivo hablar de “riqueza” en ese

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contexto. Por otra parte, sí creo que se genera una idea de nación más que un sentimiento nacionalista. El México narco parece describir la realidad violenta de todo un país y de su gente. Pero no olvidemos que la idea de una “nación criminal”, como argumentan algunos colegas académicos y periodistas, fue primero parte de la agenda transnacional de “seguridad nacional”.
CM: De S.Colt, el inventor del revólver que podía dispararse varias veces se decía: "Dios creó a los hombres; Samuel Colt los hizo iguales”. Desde el inicio de la humanidad pareciera que las armas han dotado a la historia de cualidades heroicas y en las principales historias épicas que pueden contarse de la humanidad, siempre hay armas. Para la revolución mexicana fueron los fusiles, los cuernos de chivo y las metralletas eran un epítome del narco. ¿Qué opinas de esto? ¿Portar armas representa una apología a la violencia o más bien es una apología al poder?
     OZ: En la canción de Peso Pluma Igualito a mi apá se menciona la súper calibre .38 con cacha dorada. Se dice que es una de las armas preferidas por los traficantes porque la pistola 9 milímetros es de uso reservado para el ejército. Ese dato me interesó y me lleva a sentirme menos impresionado por la teatralidad de las armas que usan los narcos que por la información oficial que confirma los altos índices de letalidad de las fuerzas armadas. Por mucho que los traficantes aparezcan amenazantes en videos de YouTube o en películas y series de televisión, la realidad es que el ejército, la marina o las fuerzas policiales especiales de estados como Tamaulipas, Chihuahua o Nuevo León, que en muchos casos cuentan entrenamiento y equipo estadounidense, dejan a su paso un saldo terrible de muerte y destrucción. Las víctimas promedio de la llamada “guerra contra el narco” son jóvenes morenos, pobres, sin educación, que malvivieron en los márgenes de las principales ciudades de México. Con o sin armas largas, las fuerzas armadas no tienen rivales en un confrontamiento. Las armas por sí solas no aseguran ningún triunfo. Solo un ejército altamente entrenado tiene capacidad de exterminio.
     CM: Vuelvo al punto inicial de esta entrevista para ir terminando: lo que yo percibía del narcotráfico es que eran campesinos que siempre habían estado desposeídos de poder y de bienestar porque el Estado es racista, es clasista y es misógino. La mayoría de los narcotraficantes, menores o mayores, de los que supe venían de comunidades empobrecidas por el saqueo desde el proceso de colonización y sino, por todas sus variantes posteriores. Por supuesto que no justifica, a mi parecer, ninguna de las acciones terribles de las que formaban parte, pero hablo de que colectivamente eran

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comunidades  a ofrecer sus servicios porque estaban sometidas por la necesidad y la miseria, por los poderes fácticos. De pronto ante sus ojos se ofrecía la posibilidad de tener poder frente a los ricos o poderosos de siempre, lo mismo pasaba con las personas que soñaban con enlistarse en el ejército, como si fueran mitades de un mismo sistema. ¿Qué piensas de esto? ¿Qué ganan desplazando a campesinos o poniendo en discordia pueblos enteros en el entendido de que narcos y militares son enemigos acérrimos, según el discurso oficial?
     OZ: No existe una única respuesta y más bien creo que debe situarse y examinarse la violencia en cada uno de sus contextos inmediatos. En algunos casos la violencia permite el desplazamiento forzado, el despojo territorial y el saqueo de recursos naturales, como indiqué antes. En otros, es parte de los hábitos de violencia política en los poblados donde las elecciones se dirimen a balazos. En otros casos, es muy probable que el narco sea el nombre público de grupos paramilitares con distintos grados de lealtad y autonomía de las fuerzas armadas legítimas, pero en ningún caso con capacidad para realmente desafiarlas. Finalmente, hay cortinas de humo, propaganda espectacular, videos, mantas, mensajes diseñados para mantener la ficción de los “cárteles” en guerra y la necesidad de respaldar los interminables operativos militares para, supuestamente, protegernos.
     CM: Y una pregunta ahora, un poco de más, para cerrar, ¿realmente son los narcos quienes encabezan el fandom de los cantantes de corridos tumbados? ¿Crees que los narcos escuchan corridos tumbados?
    OZ: Me divierte esta última pregunta por una razón personal: hace unas semanas estuve con mi hija por la Ciudad de México para asistir al concierto de Taylor Swift, lo que sorprendió a algunos de mis amigos y colegas que asumen que siempre estoy pensando en temas de seguridad y en los productos culturales derivados. En su novela Un asesino solitario (1999), el escritor sinaloense Élmer Mendoza se imagina un matón a sueldo que combina Coca Cola con galletas Pan Crema mientras escucha Have You Ever Seen the Rain? de Creedence Clearwater Revival. Como seres humanos promedio, con certeza habrá traficantes con gustos musicales predecibles y, en correspondencia con su personaje elemental, escuchando corridos tumbados esta noche. Me resultan más convincentes y harto más interesantes los personajes con aficiones divergentes e inesperadas. Un traficante que encuentre redundantes los corridos tumbados y que en cambio prefiera escuchar esta noche a Taylor Swift.

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